Por spaulding's blog
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Con El Cielo y La Tierra, Oliver Stone cerró la trilogía sobre el Vietnam iniciada con Platoon y continuada con Nacido el 4 de Julio. Dos espléndidos títulos que han marcado la filmografía del cineasta y que, por derecho propio, han pasado a ocupar un merecido puesto en la historia del cine. Pero con El Cielo y la Tierra, su última entrega, no consiguió el reconocimiento que esperaba.
En esa ocasión, Stone dejó a un lado el punto de vista habitual de los combatientes norteamericanos para centrar la visión de la guerra desde la parte oriental, plasmando así en pantalla las penurias sufridas por una joven vietnamita a la que, a su vez, convertía en narradora del filme. Vecina de una pequeña y humilde aldea rural, vivió en carne propia los horrores de la contienda, siendo incluso torturada por el ejército y violada posteriormente por su propia gente, la guerrilla del Vietcong.
El Cielo y la Tierra está basada en un par de libros de Le Ly Hayslip, en los cuales se narraban sus experiencias durante el tiempo que duró la sangrienta ofensiva. El filme fue realizado en una época en lo que todo aquello que olía un poquito a budismo era válido para hacer cualquier película desde Norteamérica. Y la cinta de Stone es uno más de esos innumerables productos que, durante casi una década entera, fueron desfilando por las pantallas de todo el mundo y que, como en este caso, fueron dirigidos por cineastas de prestigio. Y es que su parte final rezuma un tufillo religioso bastante impresionante, volcado en imágenes en forma de oda mística a Buda.
El vigor que impone a sus escenas violentas y de guerra o la plástica belleza que destilan sus cuidadas imágenes (recreándose, ante todo, en paisajes frondosos y verdes), no son suficiente para levantarle el alma a un trabajo pesaroso y aburrido. Es una película sin nervio, sin garra alguna que, en parte, rompe un tanto con el estilo más agresivo de su director. El reloj parece encallarse ante el lento devenir de un filme que, al igual que la mayoría de biopics, peca de la poca credibilidad de muchos de sus pasajes.
De todos modos y sólo en parte, Stone sale victorioso en el esforzado retrato psicológico de una mujer amargada y presionada que, por culpa de una violación, ha acabado temiendo (y odiando) a los hombres. Pero, al mismo tiempo, acaba mostrándose patéticamente repetitivo cuando redirecciona las riendas de la película hacia su país natal e insiste, por enésima vez, en las secuelas psíquicas de los excombatientes norteamericanos. Una ocasión propicia para que Tommy Lee Jones, alejándose de su moderación habitual, compusiera un papel plagado de convulsivos tics histriónicos: el de un soldado desquiciado por las barbaridades en las que se vio implicado y que decide acabar con sus propios demonios contrayendo matrimonio con una vietnamita.
La citada Le Ly es Hiep Thi Le, una actriz bajita y muy inexpresiva, cuya equívoca elección como protagonista principal en poco ayudó a los resultados finales de El Cielo y la Tierra. Oliver Stone ya lo había contado todo sobre el Vietnam en sus dos títulos anteriores. Poca cosa más le quedaba en el tintero, y la pretensión de cambiar el punto de vista narrativo sobre los mismos hechos no aportó nada nuevo a su trilogía.
Un filme reiterativo, de imagen preciosista, con una media hora inicial prometedora y sin ningún tipo de ritmo narrativo. Vaya, un aburrimiento innecesario en el que, al menos, el realizador frenó un poco sus habituales desvaríos visuales y las enervantes experimentaciones con todo tipo de formatos cinematográficos.
miércoles, 31 de agosto de 2011
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