lunes, 7 de noviembre de 2016

Cine y revolución: Reds, de Warren Beatty

Sobre el filme "Reds" y el cine estadounidense de izquierda


Por Pepe Gutiérrez-Álvarez*

Los títulos en DVD están siendo asimilados por las revistas de cine como una suerte de estreno suplementario, y la verdad es que nadie puede discutir sus ventajas por más que los veteranos añoremos los tiempos de las salas oscuras. Entre los últimos “grandes estrenos” se encuentra Reds (Rojos)...

Por si alguien no lo sabe, Reds fue una producción financiada -ahí es nada- por la Barclay Mercantile In., y distribuida mundialmente por la Paramount. Su protagonista, Warren Beatty, ejerció igualmente las labores de director, productor y participó en el argumento, guión y diálogo, junto con el comediógrafo británico izquierdista, Trevor Griffiths, que había colaborado en el cine con Ken Loach en su película teóricamente más "trotskista", Fatherland (1986). También tomaron parte, aunque sin aparecer en los títulos de créditos, Elaine May y Robert Towne. La fotografía, de tonalidades oscuras en interiores y anaranjadas en exteriores, estuvo a cargo del prestigioso Vittorio Storaro (Novecento), en tanto que la música la puso Stephen Sodheim con aportaciones adicionales de David Grusin. Fue estrenada en diciembre de 1981 en New York. La parte norteamericana fue rodada en Lincolshire y en Londres, en tanto que la parte rusa se dividió entre Finlandia y España. Aquí, concretamente, el palacio de Riofrío de Segovia sirvió como escenario de los debates del Komintern, mientras que el Alcázar de Sevilla hizo a su vez de fondo para el caótico Congreso Internacional de Bakú. Luego, en las proximidades de Guadix (Granada), en un paisaje que recordaba la estepa rusa, se filmó el asalto de los últimos reductos del ejército blanco contra el tren en el que viajaba Reed, junto algunos de los líderes de la revolución triunfante, hacia Moscú. Otro lugar elegido fue la Estación de las Delicias, que se convirtió en la estación de Moscú, como ya lo había hecho en Doctor Zhivago (David Lean, 1965), el principal antecedente fílmico de Reds.

El guión se apoyaba en los diversos libros del propio Reed y Louise Bryant, y en menor grado en la mejor biografía del primero, la escrita por Robert A. Rosenstone (de la que existe una edición en castellano en ERA, México, 1975, trad. de Juan Tovar), al que Beatty contrató como asesor histórico. En un largo artículo sobre la película escrito a raíz de su estreno, Rosenstone considera que el título resulta "intransigente, temerario, rotundo", muy en línea de Jaw (Tiburón). No obstante, concede que Reds al menos no oculta el "hecho fundamental: esta película trata de personajes radicales y revolucionarios, de personas que no temieron agruparse bajo un nombre desprestigiado en los Estados Unidos, que no temieron llamarse a sí mismos comunistas". Las divergencias con Rosenstone fueron más allá del título, y de hecho, éste apenas sí tuvo que responder a algunas preguntas específicas orientadas a precisar al máximo los detalles cronológicos y la ambientación de algunos acontecimientos, algo sobre lo que Hollywood mantuvo secularmente una proverbial despreocupación que, empero, Reds, desmintió al menos en parte.

martes, 1 de noviembre de 2016

El fugaz romance entre Hollywood y la Unión Soviética

Durante la II Guerra Mundial, el cine estadounidense ejerció de publicista del pacto con Stalin a través de películas como "La estrella del norte" o "Misión en Moscú"


Por Ignasi Franch
El Diario

Después del ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbor, Hollywood apostó fuerte por el militarismo. Aunque la mayor parte de los grandes estudios habían optado previamente por mantener la neutralidad, se adaptaron inmediatamente al nuevo ciclo: centenares de películas de todos los géneros, desde el cine bélico al musical pasando por la comedia romántica, defendían la intervención en la II Guerra Mundial.

En títulos destinados a un público juvenil, Tarzán luchaba contra soldados alemanes, el Hombre Invisible se infiltraba en los cuarteles del III Reich y Batman se enfrentaba a un científico japonés que convertía a las personas en zombis. Pero quizá las producciones más sorprendentes fueron las que justificaron la alianza con la Unión Soviética liderada por Josef Stalin.

Según autores como Nicholas J. Cull, la opinión pública estadounidense era partidaria del aislacionismo y desconfiaba de los llamamientos británicos a la colaboración militar. El ataque a Pearl Harbor implicó una entrada en guerra que era deseada por la administración de Roosevelt. Pero justificar la colaboración con la URSS, satirizada y satanizada apenas unos meses antes, resultaba un desafío estratégico que requirió la colaboración de Hollywood.

El deseo de cultivar la empatía hacia el pueblo ruso, implicado en sangrientas batallas contra el Ejército alemán, comportó la presencia de papeles positivos en multitud de filmes. Algunos otorgaron un protagonismo central a personajes soviéticos o a las relaciones con la URSS: Miss V from Moscow, Misión en Moscú, The Boy from Stalingrad, La estrella del norte, Three Russian Girls, Song of Russia, Días de gloria y Contraataque. Cuatro de estas ocho obras fueron estrenadas en 1943, momento álgido del amor de conveniencia de Hollywood hacia el gobierno bolchevique.

Antes de Pearl Harbor, los estudios Warner Brothers ya se habían significado con diversos títulos antinazis que supusieron conflictos diplomáticos y grandes tensiones con el organismo censor de Hollywood, la Production Code Administration. La productora low cost PRC inició el nuevo ciclo prosoviético con Miss V from Moscow, estrenada en 1942. Su protagonista era una espía rusa que colaboraba con los aliados desde la Francia ocupada. En los tres años posteriores, la mayoría de los principales estudios (Warner, Fox, Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia y RKO) hicieron sus propias aportaciones fílmicas a la fugaz amistad ruso-americana.

Elogiando a Stalin

Fueron tiempos en que el cine de ficción se acercaba a la actualidad más inmediata. El montaje de muchas películas se modificaba en el último momento para adaptarse a las novedades en el frente. También se recogían discursos reales de figuras relevantes de la política internacional. En Sherlock Holmes en Washington, por ejemplo, el detective victoriano (reconvertido en investigador contemporáneo y antinazi) citaba a Winston Churchill llamando a la cooperación entre Estados Unidos y Reino Unido.

Algunos filmes fueron más allá del atlantismo. En el drama romántico Song of Russia, un actor aparece interpretando a Stalin y recitando fragmentos de un discurso que el líder soviético ofreció el 3 de julio de 1941. A pesar de algunas diferencias, como la eliminación de una referencia a los "alemanes esclavizados por los déspotas hitlerianos", el grueso de la versión cinematográfica se corresponde con las palabras del gobernante.

Este guiño presente en Song of Russia empequeñece ante las loas a Stalin que incluye Misión en Moscú, adaptación del libro testimonial de un diplomático cercano al presidente Roosevelt.

El protagonista sirve de nexo con la audiencia: su visión del mundo está basada en el libre mercado y el capitalismo, pero aprende a comprender y admirar los logros de la URSS. A través del filme, no sólo se defiende vehementemente la intervención norteamericana en la guerra, sino que también se justifican las purgas al trotskismo (caracterizado como una quinta columna al servicio de Hitler) y la invasión de Finlandia. Un final con tintes religiosos acaba de redondear un conjunto desconcertante.

Musicales en granjas colectivizadas y niños soldado

Como afirmaron Michael S. Shull y David Edward Wilt en Hollywood War Films, 1937-1945, estas películas solían mostrar simpatía e identificación con los ciudadanos soviéticos y, salvo excepciones, minimizaban la presencia de su gobierno.

Diversos títulos se limitaban a reforzar el autorretrato de los Estados Unidos como gendarme del mundo, mostrando las desventuras de resistentes patrióticos que luchan en inferioridad de condiciones contra un invasor cruel. La pertenencia a la URSS de los protagonistas de Días de gloria o Contraataque, por ejemplo, no resulta demasiado significativa y se asemeja a las representaciones de la insurgencia noruega ( Al filo de la oscuridad) o francesa ( Pasaje a Marsella).

La estrella del norte, en cambio, parece un intento de refutar el escepticismo de una audiencia anticomunista. El resultado defraudó a la misma escritora, la dramaturga afín al comunismo Lillian Hellman ( La calumnia).

Las granjas colectivizadas se convierten en pintorescos espacios poblados por trabajadores joviales. En el primer tramo del filme, se incluyen himnos patrióticos y también canciones explicativas de las historias de los personajes, como si de un musical se tratase. En el desenlace, mucho más duro, un doctor ucraniano asesina a un médico alemán algo cínico, ejecutor y a la vez censor de los abusos nazis. Su discurso contra los "hombres que hacen el trabajo de los fascistas mientras fingen que son mejores" parece una advertencia a los partidarios de equidistancias y aislacionismos.

Song of Russia también incluía momentos peculiares. A pesar de tratarse de un drama romántico y no de un biopic político, su lógica propagandística lo acerca a Misión en Moscú. El pueblo soviético recibe a un director de orquesta estadounidense con banderas de EEUU y el himno de las barras y estrellas. Los conflictos entre el capitalismo y el comunismo, trascendentales antes (y después) de la guerra, se convertían en matices superables que no dificultaban la cooperación contra el fascismo.

En Estrella del norte y Song of Russia aparecían voluntariosas guerrillas populares. The Boy from Stalingrad fue un paso más allá al relatar las peripecias de una milicia de niños. Es un ejemplo de las anomalías de la autocensura hollywoodiense en tiempos de guerra, durante los cuales se retrataron violencias difícilmente aceptables en otros contextos. La excepcionalidad de la situación trajo consecuencias más positivas, como pequeños cuestionamientos de la división sexista del trabajo: el cine debía incluir guiños a las mujeres para que se sintiesen partícipes de la campaña bélica.

Los discursos sobre fraternidad internacional y países hermanados, tan presentes en el Hollywood propagandístico, no sobrevivieron al final de la contienda. La idea de “hacer de esta la última guerra”, citada en La estrella del norte y muchos otros títulos, resultaría tan fallida como cuando se planteó en la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos y la URSS profundizaron en su antagonismo y no tardaron en estallar conflictos como el coreano.

Después de la paz, guerra a los guionistas

La trepidante intriga Berlín express, estrenada en 1948, tiene algo de canto de cisne de la cooperación entre los Estados Unidos y la URSS. En el filme, un soldado ruso ejerce de símbolo de esa potencia desconfiada, cuyas motivaciones son difíciles de entender desde el punto de vista del americano medio, pero con el que hay posibilidades de acuerdo a través del conocimiento mutuo.

Unos meses después, el país cambiaría de enemigo y de nivel de alerta: dejaría de estar en guerra abierta con el fascismo para entrar en una guerra fría contra el comunismo. También se produciría una depuración interna que, en el mundo del cine, afectaría a muchos asociados al politizado Sindicato de Guionistas. Algunos de sus miembros, izquierdistas más o menos cercanos al comunismo, habían firmado escenas con una apariencia de sinceridad poco frecuente en el Hollywood oportunistamente antinazi. Y serían represaliados durante la caza de brujas.

De los once escritores que firmaron las ocho películas mencionadas al inicio de este artículo, ocho formarían parte de listas negras. Coincidirían con ilustres compañeros como Charles Chaplin (El gran dictador), Howard Koch (Casablanca) o Dalton Trumbo (Treinta segundos sobre Tokio). El autor del libreto de Contraataque, John Howard Lawson, incluso fue condenado a prisión por desacato al Comité de Actividades Antiamericanas. Lawson había escrito la pionera Bloqueo, que denunciaba los bombardeos sobre la población civil de la España republicana. Tras el final de la II Guerra Mundial, haberse posicionado contra el nazismo antes de Pearl Harbor implicaría un estigma: haber sido "prematuramente antifascista".