jueves, 7 de marzo de 2013

No, el fin de una dictadura

Por Juliana Botero
Semanario Voz

El cine está lleno de historias, desafortunadamente, casi todas, convenientes. Esta historia resulta inconveniente para el nuevo y absurdo propósito que muchos han querido trazarle al cine: aquello de que el cine sólo sirve para entretener.


Afortunadamente la película chilena No se desmarca de ese cine de superficialidades al que malamente nos han intentado acostumbrar y se enmarca en una afirmación que me resulta mucho más real: el cine como herramienta de transformación social, en este caso como valiosísimo aporte a la reconstrucción de la memoria histórica que buena falta nos hace en Latinoamérica.

Pablo Larrain es el joven director chileno que vuelve a sorprendernos, esta vez con esta fascinante película: No. El fin de una dictadura. Aprovechándose de formatos de grabación poco convencionales en estos tiempos como el U Matic -el primer formato de video casete que se puso a la venta en los años 60-, que da a las imágenes la textura de televisión que se veía en aquellos tiempos, logra meter al espectador en el ambiente de la época, logra emocionar al tiempo que logra la tensión dramática del devenir de los acontecimientos.

Este director no come cuento de nada, no “respeta” las normas de la luz, por eso vemos varias veces rayos de sol ocupando la pantalla, no exige mantener la cámara quieta en un trípode, no le teme a los planos largos, no le teme a los silencios entre personajes. Es una narración libre y honesta que cuenta un capitulo crucial del país austral. El pueblo tenía en sus manos la oportunidad de cambiar el curso de la historia y debían lograrlo. Debían acabar con la dictadura del golpista Pinochet, convencer a los incrédulos, despertar a la población de la falsa promesa de prosperidad que imponía a la fuerza el régimen miliar.

Y es ahí donde aparece René Saavedra, interpretado con la delicadeza y el encanto de Gael García Bernal, este actor mexicano a quien pareciera que ningún personaje le quedara grande ni pequeño pues se convierte en un chileno más; con acento perfectamente interiorizado, con una mirada profunda y reflexiva de quien llega de un mundo totalmente distinto, la publicidad, a aportar su talento a un proceso que nunca se había pensado en términos publicitarios.

Y es que la franja de 15 minutos en televisión, en la cual las partes exponían sus razones para votar sí o no a la permanencia de Pinochet en la presidencia, era crucial y se necesitaba de la creatividad y la frescura de quien conoce el negocio de vender y posesionar ideas.

Esta película fue estrenada en el prestigioso Festival de Cine de Cannes, ganando el premio “Art Cinema Award” y también fue presentada en Chile ante los estudiantes de la Confech a los que el director les expreso: “si pudiera dedicar esta película a alguien, sería a ustedes, al movimiento estudiantil”.

Como dato interesante de realización cabe resaltar que 14 personajes de la película son actores naturales, es decir, no profesionales interpretándose a sí mismos en ese momento preciso de la historia, acompañados por otra buena cantidad de actores profesionales y talentosos como Antonia Zegers, excelente actriz, esposa del director, a la cual ya habíamos podido ver en otras películas de Larrain y que en esta ocasión interpreta a Verónica Carvajal, una interesante y luchadora mujer chilena.

Difícilmente podremos ver en las pantallas de cine colombianas esta calidad de personajes contándonos y haciéndonos sentir la bella historia del No, basada en una obra de teatro inédita, “El plebiscito”, de Antonio Skármeta, y convertida en guion por Pedro Peirano.

Se escucha el rumor de que tal vez se estrene en junio, ahora sin haber ganado el Óscar a Mejor Película Extranjera al cual estuvo nominada (y que ganó la película austriaco-francesa-alemana Amour, otra recomendada) lo veo más difícil. Igualmente si deciden arriesgarse a programarla los señores dueños del monopolio de la distribución de Cine Colombia, sería muy raro que se mantuviera en cartelera por algo más de una semana. Al público en general estas historias sin carros a toda velocidad, sin chicas de fácil belleza, de complejo diálogo y de alto contenido político, lo aburren.

Pero la película es excelente. No pierdan la oportunidad de ver este retrato de la realidad chilena y de paso conocer y aprender de su historia. También espero sembrarles la duda sobre las anteriores películas de este director: Tony Manero y Pos-Mortem. Estoy segura de que se van a sorprender y a encantar con estas narraciones audiovisuales arriesgadas y profundamente humanas.

Publicado originalmente en www.semanariovoz.com