Por Roberto López Belloso
Periodista uruguayo
Nacida de una productora que ya había llevado a la macedonia Antes de la lluvia a las nominaciones para el Premio Oscar, y de un director que tenía sobre su hombro derecho trescientas horas de filmación en el propio frente de batalla, No man’s land revitalizó el interés de la opinión pública internacional sobre el conflicto balcánico, adormecido por dos años y medio de alto al fuego que lo mantuvieron alejado de las primeras planas. Ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera, fue estrenada en Montevideo como El último día, aunque su título original signifique “tierra de nadie”.
No man’s land, que cuenta las desventuras de tres soldados que quedan atrapados en la misma trinchera del norte de Bosnia a pesar de pertenecer a bandos enemigos, tiene varios niveles de lectura. Puede mirarse sin saber nada del contexto balcánico, y en ese caso puede ser tomada como un alegato antibélico, o es posible ponerla en la perspectiva histórica del conflicto que hace menos de una década desintegró Yugoslavia, y entonces se descubre que la película elabora por lo menos dos discursos diferentes: uno hacia el espectador internacional, que fue el que en definitiva la llevó a ganar el Oscar, y otro hacia el espectador balcánico. Es en esta última dimensión en la que su director, Danis Tanovic, construye un producto valiente y sin concesiones. Con la apariencia de estar haciendo un filme “políticamente correcto”, Tanovic subvierte varios de los consensos que el discurso dominante del nacionalismo balcánico construyó en torno a la guerra de Bosnia. En No man’s land nada está elegido inocentemente. Ni el lugar donde transcurre, ni la nacionalidad de los personajes. Ni siquiera el hecho de que los cascos azules involucrados en la historia sean franceses.
La principal herejía de la película se sostiene en torno al personaje que en apariencia sería el menos cuestionable: Cicik, el bosnio. Tanovic comienza a insinuar su provocación desde una de las primeras imágenes, cuando se ve la insignia de la Armija en el hombro de uno de los soldados que avanzan en la niebla. Reafirma su intención a través de varias de las banderas que se ven durante los intercambios de disparos, y la deja meridianamente en claro cuando la periodista interpretada por Katrin Cartlidge sitúa la acción “en las inmediaciones de Tuzla”. Tanovic está dispuesto a contar la historia de la guerra de Bosnia incluyendo un punto de vista que no existe: el punto de vista de la Federación. Si en algo estaban de acuerdo los nacionalismos serbio, croata y bosnio-musulmán, era en que la Federación Bosnia era una ficción, a lo sumo una alianza militar circunstancial e indeseable.
Formalmente la Federación unía a bosnio-musulmanes y bosnio-croatas en su lucha contra los serbios, pero en los hechos casi no existía. En la mayoría de los frentes de combate ambas fracciones de la Federación luchaban por su cuenta y en algunos sitios, como en la dividida ciudad de Mostar, peleaban entre sí. Todavía hoy, la Bosnia no serbia tiene dos ejércitos, dos sistemas de impuestos, y dos correos. Sin embargo, en Sarajevo y en Tuzla, sí existía la Federación; y junto a la Federación, la Armija, su improvisado ejército, que es al que pertenece Cicik. En la Armija incluso había serbios que peleaban junto con croatas y musulmanes para preservar una Bosnia-Herzegovina multiétnica. Hay un dato en la película que surge de un diálogo aparentemente menor entre Cicik y su enemigo Nino, que sitúa la duda razonable de si Cicik no será también él un serbio, ya que ambos conocen bien Banja Luka, ciudad poblada mayoritariamente por serbios. En todo caso sí está claro que Cicik no es un bosnio musulmán, ya que no hay ninguna referencia religiosa en la película, por lo que el personaje puede ser un croata o un bosnio laico, elemento que no le debe de haber traido pocos problemas a Tanovic en Sarajevo.
El que sí es serbio es el otro protagonista, Nino (interpretado, paradójicamente, por el croata Rene Bitorajac). Pero no es cualquier serbio. No es un serbio de la Serbia de Milosevic ni de la Krajina, que era la parte serbia de Croacia, sino que es un serbio de Banja Luka. Un serbobosnio del bando de Karadzic, cuyo arrugado retrato se observa en una de las trincheras. Un verdadero villano para la historia oficial de la guerra de Bosnia. Y para colmo de males, un villano que se sumó a su ejército como voluntario. A partir de ese dato, cualquier rasgo de humanidad que Tanovic se permita otorgar a su personaje, será una provocación. Y Tanovic se lo permite, ya que construye su drama de trinchera sin apelar al maniqueismo.
Los dardos del director no se limitan a criticar lo irreconciliable y supuestamente caprichoso de los nacionalismos ex yugoslavos, sino que también apuntan a la comunidad internacional. En ese sentido, el banquillo de los acusados lo ocupan las fuerzas de paz de Naciones Unidas, como ya ocurriera en la Underground de Emir Kusturica. Los “pitufos”, como se les llama en el filme, parecen estar más preocupados por su seguridad y por las cámaras, que por cumplir la misión que les fue encomendada. Luego de oponer a un sargento francés con los mandos internacionales, el mensaje final que parece dar Tanovic –a través de una secuencia que no debe ser contada antes que el espectador vea la película- es que más allá de impulsos individuales, lo que falla es el propio concepto de misiones de paz pensadas en términos de neutralidad. Un punto de vista sin duda polémico, pero que reafirma la percepción de que No man’s land es mucho más que una simple comedia políticamente correcta sobre la irracionalidad de la guerra.
Publicado originalmente en Brecha en noviembre de 2002.
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